2 de agosto de 2008

Desvelados, en noche de todos los muertos. Recuerdos de Naolico, Veracruz.

Y me despierto de madrugada, dormía entonces en el sofá cama de Gertrudis, la mona curiosa. A mi lado, nada, sola, extrañada. De pronto volteo a la puerta de entrada, esa, la que da al patio de tierra roja y veo la silueta de aquél hombre, si, ese, que parecía fantasma, aterradora pila de dos metros con coleta entre la patas, a su lado, otro hombre del mismo tamaño, con los ojos tan abiertos como cuando te quedas boca abierta, ahí, parado de espaldas a mi, extrañado, como en el lugar más ajeno, más lejano del mundo, temeroso, solo. Pensé que era uno de esos sonámbulos, pero dicen que no hay que despertarles, porque andan en un sueño profundo, ya más despierta vi que el rostro de aquel hombre era pues, mi conocido, parte de mi corredor nocturno, el instante compactado de la sensación de miedo, si, ese que se siente por la noche cuando los muertos andan rondando.


Regresa pues, duérmete ya.

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