1 de marzo de 2008

el infierno de los ciegos

El mendigo y la calle de Madrid son un solo cuerpo arquitectónico: se avienen como dos ideas necesarias. La calle sin él fuera como un rostro sin nariz. Él es su cariátide y a la vez su parásito: le da la consistencia y vive de ella. Es su parte más sensible, la que le comunica emoción. Como una supervivencia medieval (en aquellos siglos el pueblo cantaba la Danza de la Muerte y los nervios eran más duros), os sale el paso para sobresaltaros. Hay un manco en Alcalá que pide limosna ofreciendo fuego a los fumadores. Atisba, contraído de atención, el instante oportuno y, cuando alguien lleva el cigarrillo a la boca, frota el fósforo en su muñón de palo. El margen de probabilidades en mínimo: un segundo de vacilación, un soplo de viento, y la dádiva esta perdida. Aquella viejecita, que pudiera ser una reliquia sagrada, canta tonadas ligeras a la puerta de los cafés. Otro, con un grito agudo y destemplado, ataca terriblemente la fatalidad: Las verdades no las quiero; Los consejos me hacen daño... Hay ciegos guitarristas, murgas de ciegos, ciegos cantores, recitadores o meros imploradores; ciegos salmistas y ciegos maldicientes. Hay, en fin, los “oracioneros vistosos” de Cervantes: los falsos ciegos. Con una crueldad castiza y rancia, el ciego de la Carreta arroja su amargura a la cara de los pasantes en esta frase escueta, evidente: -No hay pena como haber visto y no ver, hermanos. (Dante la hubiera incrustado en sus tercetos). A unos los acompañan niños, mujeres; otros van solitarios, dando tropezones como para localizar al ente caritativo. A otros los guía la bestia fiel, la única de que se ha olvidado Buffon: El perro del ciego. La ceguera ¿es hija del sol? Parece que la cultivara esta raza como una exquisita flor del mal. Ciegos bien como vestiglos, Del mundo non vemos nada. Así rezan las coplas que les componía el arcipreste de Hita, siglo XIV.
Alfonso Reyes Capitulo I Apuntes y Fantasías de Textos, Una Antología General de Alfonso Reyes

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